Por Juan M. Chavarría

Juana Manso, por su obra y su pensamiento educativo, fue la más recia y osada innovadora de los métodos y prácticas escolares que se venían aplicando en la enseñanza desde la época de la colonia, la mentalidad femenina más audaz y robusta y la primera precursora de la pedagogía científica y social, al lado, y con igual relieve, de Sarmiento, Avellaneda y los grandes educadores de la segunda mitad del siglo pasado.

Fácilmente puede descubrirse su pensamiento pedagógico y las bases filosóficas de su acción educativa, como asimismo la meta a la que quiere llegar y el proceso evolutivo de sus ideas sobre enseñanza. Desde pequeña, a los 13 años, cuando traduce dos novelas del francés, las dedica a la Sociedad de Beneficencia fundada por don Bernardino Rivadavia, precediéndolas con una carta en la que aparece ya su afición pedagógica, su vocación ancestral para la lucha de ideas y se revela, por encima de todo, la mujer antiesclavista. El destino le había reservado la gloria de ser la maestra que colocó la primera piedra básica del monumento que, en la evolución de las ideas de la América hispánica, representa la emancipación de la mujer argentina.

No fue una sufragista, ni siquiera una feminista; sólo fue una maestra que concibió la idea y luchó para lograr la redención y la libertad de la mujer. Por eso, su pensamiento educativo y social voló por encima de la mentalidad de su época, al lado de los más grandes y de los visionarios; admira las ideas de Sarmiento, se consagra a darles vida y a ser su aliada fiel y solidaria. Durante veinte años fue su vocero. A pesar de la incomprensión con que tropezaba siempre, encontró fuerzas dentro de sí misma para sostenerlas, entregándolas al pueblo, como mandatos o profecías, desde las columnas del diario, de la revista, del humilde pupitre del aula o de la alta tribuna de maestra consejera de las madres. Tenía conciencia de su ideal de maestra y de mujer.

Todos los aspectos del problema de la educación los afrontó con decisión y profundidad: la didáctica, el gobierno, la administración, la economía, la docencia, el niño, el material escolar, en fin, todos los factores y elementos que intervienen en el proceso de la enseñanza y en el desarrollo de la cultura.

Entusiasta partidaria y defensora de la educación popular consideró a ésta como la panacea capaz de curar todos los males que padecía la vida del país. Al referirse a su escuelita de Montserrat, dice: "El barrio era pobre y mala la asistencia, por consecuencia. Mis ideas han estado, por fortuna mía, en oposición con la manera de conducir las escuelas. Yo atendía a cultivar en el niño la espontaneidad individual, la conciencia del deber, la obediencia al principio de autoridad, la atención, la observación, la comparación y la reflexión. A pesar de no tener libertad de acción y ser responsable me ingeniaba en cultivar los sentimientos y desarrollar las facultades." Qué hermoso programa de enseñanza en aquel entonces y también para hoy cuando en el trabajo escolar predominaba el concepto del "cuánto" y del "cómo", la instrucción propiamente dicha, con descuido equívoco y grave de la formación interior del niño. Así estamos también en cuanto a la formación del carácter, al cultivo de los sentimientos y al desarrollo de las facultades de la infancia.

El juicio que para Juana Manso merecía la situación general de las escuelas primarias, en cuanto a la orientación de la enseñanza, era lapidario: "Nuestras escuelas, tal como existen, es lo mismo que si no existieran; porque lejos de enseñar alguna cosa, pervierten el alma, embrutecen el espíritu y debilitan el cuerpo; y esto no es paradoja, es la más dolorosa de las realidades". Pero sus amargos y duros reproches, que tan justificados conceptos le arrancaban de lo más hondo de su corazón de maestra, por la incuria y el abandono de los gobiernos, los educadores, la familia y la sociedad, le hacía exclamar en su desesperanza e impotencia: "Sólo la educación de los animales y el cultivo de las plantas llama la atención, mientras el cultivo de la humanidad parece inútil y no despierta simpatía ni curiosidad". Efectivamente, entonces, como ahora, existía preferente atención, preocupaciones, recursos y satisfacciones en la cantidad de hectáreas cultivadas, en el número de cabezas de ganado y el refinamiento del mismo, en las toneladas de cereales embarcados al extranjero, en el mejoramiento de los caballos de carrera, en el oro acumulado en las arcas del Estado, el monto de las transacciones comerciales, en la industrialización de toda clase de productos, mientras la vida de los hijos del pueblo, de las madres obreras o campesinas y de las masas trabajadoras, sufridas y ennoblecidas por el dolor y las lágrimas, soportaban y aun soportan, las desastrosas consecuencias del abandono, la miseria y el desinterés de las clases dirigentes para asegurarles los eternos y sagrados: bienes humanos de la educación y la cultura.

Juana Manso comprendía perfectamente que la educación popular era el medio más eficaz para formar la conciencia moral del ciudadano y de la madre, pero que por sí sola no bastaba para alcanzar la formación integral y completa del hombre argentino, destinado a realizar los ideas de libertad, justicia, bienestar y belleza de la nacionalidad. Por ello se entregó a la lucha con todas las armas: las columnas del periodismo, las páginas de la revista y del libro, las conferencias de difusión de ideas y de dilucidación de problemas sociales, la formación y apertura de bibliotecas y la constitución de entidades con fines de cultura y sociabilidad.

En cuanto a su pensamiento pedagógico, propiamente dicho, lo encontramos resumido en magnífica síntesis en los "Anales de la Educación Común", y en todo su esplendor y grandeza en su propia vida y obra de maestra. Propagadora de los principios de Pestalozzi y Froebel, difundió los métodos, sistemas y sentido, de la educación norteamericana, dándoles una orientación y un contenido argentino. Siguiendo el método de "seminario" insufló el espíritu de la escuela de Estados Unidos, presentándola a través de sus obras, de sus doctrinas y de sus hombres más eminentes.

Combatió la enseñanza verbalista y dogmática, afirmó la eficiencia del método intuitivo, reclamó la enseñanza experimental y racional, sosteniendo como principio medular de toda su doctrina pedagógica la educación integral: física, intelectual y moral. Fue propulsora, con voz profética, de los métodos de enseñanza contemporánea, respetando todo aquello que reclamaba la actividad libre del niño, el interés y la espontaneidad, como base de la educación, por lo cual consideraba que la acción del maestro debía reducirse a sugerir y guiar la labor del alumno, en un ambiente sano, alegre y confortable.

Fue una sacerdotisa del culto a la infancia y una defensora implacable de los derechos del niño, con repudio irreconciliable con todo clericalismo y una transparente y sutil religiosidad en la esencia del acto pedagógico. Desde esa alta posición ideológica combatió la disciplina rigurosa y los castigos corporales, y sostuvo la excelencia del juego al servicio de la educación. Con igual decisión y rebeldía detestaba los premios en el estímulo de la conducta o comportamiento y de la aplicación por juzgar que, igual que los castigos, debilita los caracteres, fomenta una enfermiza emulación y estimula la vanidad de los padres y de los niños.

El inmenso amor al niño y a la madre, especialmente los de hogares humildes, le llevó a propagar y enaltecer la creación de Jardines de Infantes o Kindergarten, obra en la que puso un candor y una dulzura insospechados en su apariencia adusta y severa.

No fue tampoco ajeno a la mente y al corazón de Juana Manso el problema de la formación del magisterio que necesitaba el país para la colosal tarea de difundir el abecedario y llevar a la práctica los principios de la reforma que preconizó con tanta valentía como sinceridad y sacrificio. Sabía lo que significaba y lo que representa una maestra en el aula, ante la vida que nace y la vida que comienza, ante el destino de un pueblo que se iniciaba en la organización institucional y estaba detenido en su progreso.
En una palabra, podemos decir que la columna vertebral de su pensamiento de maestra fue: educación popular, igualitaria, obligatoria, gratuita y laica; antiesclavismo, tolerancia religiosa, cambio de posición de la mujer en cuanto a sus derechos y a su destino social.

Juan M. Chavarría Pasajes del su libro "La escuela Normal y la Cultura Argentina"