Por Domingo Faustino Sarmiento

Buenos Aires, 1 de noviembre de 1858

El objeto especial de esta publicación es tener al público al corriente de los esfuerzos que se hacen para introducir, organizar y generalizar un vasto sistema de educación.

Reforma tan radical y de consecuencias tan benéficas no se inicia en las escuelas, sino en la opinión pública. No es el maestro sino el legislador el que ha de producirla; y la ley escrita será letra muerta, si el padre de familia no presta para su ejecución, el calor de sus simpatías.

Los gobiernos han sido impotentes para difundir la educación autoritativamente, testigo el de Prusia que con un sistema que está en obra hace más de un siglo, y leyes que constituyen delito en los padres privar a sus hijos de educación, no ha conseguido tener más de un habitante educándose en cada ocho, mientras el Canadá, Massachusetts y el Estado de Maine cuentan uno en cuatro, alguno de ellos en menos de veinte años de fundado un sistema análogo al que vamos a ensayar nosotros.

Sólo la opinión puede impulsar la educación con la eficacia y celeridad que exige nuestro atraso mismo. Esa opinión existe ya por fortuna entre nosotros, pero al estado de instinto simpático solamente. Es preciso que al deseo se una el saber, para que los medios conduzcan al fin, y esta ciencia de difundir la educación, no está todavía al alcance de todos. No la tuvieron nuestros padres, no la ha poseído, puede decirse que no la posee aún, la Europa misma, salvo una parte de la Alemania. En el resto se hacen ensayos, se desea también como entre nosotros, sin poder crear el hecho. Las masas de inmigrantes que desembarcan en nuestras playas, son pedazos de algunos puntos de Europa trasladados a América, y por el vestido, las maneras, el aspecto mismo de los arribantes puede el observador imaginarse el desarrollo intelectual, en las campañas y poblaciones de donde parten.

Necesítase crear un partido, perdónesenos la palabra, de amigos de la educación. Este partido, empieza a aparecer en Chile, bajo el nombre, mal dado, de Sociedad de Instrucción primaria, a que pertenecen hoy los hombres más altamente colocados, y cuanto joven descuella en las letras, en el foro o en la sociedad. Existe poderoso, universal en los Estados Unidos y en el alto Canadá, y puede decirse que es el que inspira los actos del legislador, dirige el sentimiento de la caridad, y absorbe la mayor parte de las rentas de los Estados.

Para la creación de un sistema popular de educación ha de concurrir el propietario con sus caudales, el hombre instruido con su saber, el pobre con su deseo de mejorar la suerte de sus hijos, el legislador con las disposiciones necesarias, el padre de familia con sus erogaciones, la parroquia con sus funcionarios, predominando sobre todo este conjunto un sentimiento común de interés apasionado, sin el cual no puede darse un paso.

La reciente organización de las parroquias de la Catedral al sur y al norte, ha requerido en cada una de ellas el concurso de cuarenta y ocho vecinos, lo que hace ciento en sólo dos parroquias, como comisarios, síndicos, inspectores; y para convencerse de la necesidad de uniformar las ideas, baste saber que por la falta de interés de ciertos vecinos nombrados inspectores, diez y ocho manzanas de la Catedral al sur, no contribuyen a nada aún, a despecho de la buena voluntad de los vecinos por no estar organizadas.

Seiscientos funcionarios requiere la organización del sistema de escuelas comunes en la sola ciudad de Buenos Aires, funcionarios gratuitos, animados de igual celo, y conspirando con todas sus fuerzas al mismo fin; y esto no se conseguirá sin que todos comprendan, por una poderosa iniciación, el bien que pueden hacer a sus hijos y al país en que viven.

Pero seiscientos vecinos iniciados en el arte, diremos así, de crear la civilización general, forman ya un núcleo irresistible de opinión, que concluirá por vencer todos los obstáculos y crear el espíritu público que es la atmósfera vivificante de todo progreso.

Esta publicación tiene por objeto difundir entre los que se sienten ya amigos de la educación, un cuerpo de doctrina, de hechos, de datos que han de convertirse en leyes, en instituciones, en monumentos, en hábitos y prácticas de la sociedad y es a ellos a quienes se dirigirán las observaciones que estas páginas contengan.

La circulación oficial de esta revista mensual será limitada a ciertos funcionarios públicos, como jueces de paz, municipales encargados de las escuelas, representantes y senadores; pero sería trabajo perdido si no encontrase apoyo entre los particulares, quedando sepultada en los archivos de las oficinas públicas. Es por esto que solicitamos el patrocinio de toda persona que se interese en el éxito de sistema, cuyos frutos empiezan a saborearse ya en los primeros ensayos hechos, y que ha de extenderse luego a todo el país, acaso a toda esta parte de América, desde que se hayan en un punto palpado sus ventajas.

Buenos Aires es por ahora el punto más adecuado para dar principio a obra tan vasta, y es seguro que las provincias seguirán la impulsión, desde que los resultados tangibles persuadan de sus ventajas.

Fácil nos será concertar nuestros esfuerzos con los que hacen los amigos de la educación en Chile, y prestarnos el mutuo apoyo y concurso que requiere un mismo trabajo, reclamado por iguales necesidades en todas partes. Pero para todo esto, es preciso que el brillo del éxito, haga visibles de la distancia nuestros progresos.

Cábenos desempeñar una agradable tarea, dirigiendo por encargo del gobierno la publicación de datos, documentos y hechos que llegarán a ser los anales de la educación pública en el Estado. Buenos Aires, planta en germen hoy, que pide los rayos vivificadores de la opinión para convertirse en el árbol frondoso a cuya sombra habrán de desenvolverse todas las fuerzas activas del país. Nuestra misión en obra tan vasta será sólo señalar al celo del padre de familia, del ciudadano y del legislador, el camino que han seguido los pueblos más experimentados en hacer estas súbitas transformaciones de la sociedad, acelerando la marcha del tiempo, transportando a nuestro suelo en algunos años el saber acumulado de siglos en cada uno de los países de la tierra.

La educación pública, común, universal, ilimitada es la empresa del presente, y la garantía del porvenir. A la corta o a la larga nuestras instituciones libres nos llevarían fatalmente al suicidio, como la agilidad del fogoso corcel sería un don funesto para el hombre que no ha aprendido el arte de dirigirlo. Los momentos de reposo que marcan nuestra historia política de medio siglo a esta parte, serían sin ella la inquietud de la atmósfera que permite a los vapores condensarse y acumularse en nubes de que se escapará el rayo, precursor de nuevas tempestades.

Esta parte de América, y Buenos Aires felizmente más que otro punto, entra en una nueva faz de su existencia, que pide nuevas aptitudes, y transformación completa del modo de ser de sus habitantes. Hasta 1852 la tierra ha gemido bajo el estrépito de guerras atroces, de tiranías salvajes, mundo informe en que, como en las épocas caóticas de nuestro globo, los monstruos ocupaban el primer rango de la creación; pero de entonces a acá una feliz revolución se ha apoderado que promete otras más acabadas, si nuestra indolencia no reproduce y continúan las causas del malestar pasado. ¡Cosa singular! A despecho del triunfo aparente de la fuerza, no ha podido ésta, por más esfuerzos que haya hecho, ser de nuevo arbitro de la suerte de los pueblos. Los pueblos mismos, obedeciendo a sus viejos hábitos, han querido guerrear y dañarse, sin poderlo conseguir en años de sitios impotentes, de bloqueos burlados, de conjuraciones descubiertas, de invasiones escarmentadas. La paz se mantiene por su propia fuerza, a despecho de los celos que la anulaban, de los odios oficiales que tratan de perturbarla, de la impericia que la abandona a su propia suerte, de la maldad que quisiera descarriar la opinión.

En la condición íntima de los pueblos la transformación es más tangible y reclama otra sociedad, otro pueblo que el que han educado la colonia española, las guerras y la despoblación de un suelo primitivo. Turban diariamente la secular quietud de la superficie de nuestros ríos, vapores, emisarios de comercio, actividad y movimiento; y el pueblo que trasporta en horas de puntos distantes, como el paisano que mira desde las costas las columnas de humo que traza su derrotero, están muy atrás del arte y de la ciencia que han creado esas máquinas, de cuyo poder nos servimos como de prestado. Nuestra educación nos deja extraños a los progresos de la física y de la mecánica que el vapor revela.

Piérdese en el horizonte del oeste el solitario y fugaz tren que lleva al rancho del paisano los goces de la vida civilizada, y le pide en vano los productos de su industria que no tiene preparados; resistiendo al movimiento a que lo invita, y de que lo alejan hábitos serviles, usos semi salvajes, destitución que semeja a la mendicidad en medio de la riqueza; y el tren volverá cuando se avance en la desierta Pampa, vacío de productos, a revelarnos que el vehículo de las sociedades cultas está por demás, donde pase aún el caballo, que Dios dio al hombre primitivo, en relación a sus necesidades. Nuestra educación detendrá los ferrocarriles largo tiempo en los alrededores de la ciudad, y paralizará la actividad de sus locomotoras.

Llegan por centenares al año los tipos refinados de las razas de animales con cuya propagación la industria nuestra espera rivalizar con los productores de lana de Sajorna, Francia, Australia y Buena Esperanza. Diez años bastarán para que el Rambouillet suplante al merino, que había ya sustituido a la oveja descendiente degenerada de los antiguos tipos españoles. La raza de vacas Durham en veinte restituirá a nuestros ganados mayores las cualidades de forma y peso que han perdido en la vida salvaje; y el caballo frisón, el pur sang inglés volverán al nuestro su pujanza y belleza. Pero como estos tipos perfeccionados son inventados así, por la inteligencia humana, sólo la inteligencia del pastor podrá conservarlos sin degeneración, y nuestra falta de educación en los campesinos, hará malograr tan nobles esfuerzos, esterilizando la riqueza cierta que prometían, o amenguándola por lo menos en millones de millones. La perfección general del hombre queda muy atrás de la perfección del Rambouillet en su especie; y el hombre lo barbarizará y lo traerá a su nivel. Uno de los elementos, acaso el principal de la perfección de las razas de animales han sido libros, con que se ha generalizado el secreto hallado por pacientes observadores, y si el libro sobrara para enseñar, faltarían los ojos ejercitados para adquirir la ciencia práctica por este medio.

La falta de educación de nuestro pueblo ha esterilizado la más pingüe riqueza de nuestros campos. Los productos de la leche son en todos los países superiores en valor al que tienen nuestras vacas; pero para obtenerlos se requiere otro sistema de cría más adelantado, residencias de campo mejor acondicionadas, pueblo más sedentario e industrioso, en una palabra, hábitos y educación que nos faltan. Una poderosa corriente de emigración se dirige a nuestras costas, y su feliz afluencia.

Llena los vacíos que sobre la superficie de tierra tan vasta deja la escasez de habitantes. Pero el emigrante del mediodía de Europa nos trae por lo general brazos robustos, mayor actividad para adquirir, y no pocas veces igual destitución de educación que aquella de que adolecemos, con algunos vicios análogos a los nuestros. Estas masas de hombres que vienen buscando una patria y una familia, aumentan lejos de disminuir los inconvenientes de nuestro propio atraso. Más activos, más económicos que los habitantes oriundos, ellos acumulan partícula por partícula la riqueza, invaden todas las profesiones, acometen todas las industrias, obtienen la preferencia en los trabajos, con decadencia visible de la idoneidad del antiguo colono, disipado, inerte, y mal adiestrado; y cuando la familia viene a consolidar su existencia, si no ha llegado a la fortuna, perpetúan el nuevo arribante y el descendiente de los pobladores primitivos la emigrada y la nacional ignorancia y barbarie. Bajo el sistema actual, en veinte años tendremos un millón de habitantes, más enérgicos, más emprendedores y más inquietos que los que dejó la colonización y se han exterminado entre sí, por falta de haber dado por la educación una dirección útil a la actividad de las pasiones humanas.

Tal es entre otros el objeto de crear un poderoso y universal sistema de educación, para adaptar nuestro modo de ser a los progresos de la civilización que nos toman de improviso, y se desvirtúan y resienten de nuestra incapacidad para manejar sus delicados resortes. Necesítase para ello una impulsión general de la sociedad inteligente y acomodada en favor de la otra menos favorecida. Necesítase querer, como hemos querido ser independientes y lo fuimos en quince años perseverantes de esfuerzos comunes, como hemos sido libres en veinte de luchas sangrientas y llegamos ya a serlo; necesítase querer ser pueblo en masa inteligente, e industrioso. En las escuelas se disciplinará la moralidad de la generación que en seis años más va a entrar a la liza de la nueva vida, en las escuelas, se preparará la inteligencia que domina la naturaleza, que maneja el vapor como agente de impulsión, que mejora las razas de animales; los domestica a la palabra de Rarey, o convierte en seda su brusca lana.

Nuestra fácil tarea será mostrar los medios, señalar los obstáculos, guiar las voluntades. Una profunda convicción nos sostendrá en la lucha, y es la de que como pueblo somos capaces de acometer la empresa, y como individuos estamos a la altura de la ciencia adquirida por los otros pueblos. Las leyes que por aclamación han dictado ambas Cámaras para desarrollar la educación, y el caluroso asentimiento que les ha prestado la opinión nos convencen de lo primero. De lo segundo y por lo que personalmente nos atañe, puede perdonársenos una excesiva confianza, si después de haber ex profeso visitado la Francia, la Italia, la España, la Inglaterra, la Alemania y los Estados Unidos, trabajado en Chile quince años; y después de leer cuanto sobre la materia se ha escrito, frecuentado a los hombres especiales del mundo, estudiado todas las legislaciones, y visto su aplicación en todos los países, nos presentamos en el nuestro, sin el entusiasmo de los primeros años, y con la experiencia de los macharos a decir sin vanidad como sin modestia anche io.

Domingo Faustino Sarmiento