Conferencia pronunciada por Juana Manso el 11 de Noviembre de 1866 para la inauguración de la Primer Biblioteca Popular en Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires.


Vecinos de Chivilcoy: todos los regocijos humanos pueden compararse al humo que se disipa en el espacio: por eso aquellos acontecimientos que abren una nueva era en la vida de los pueblos, merecen dejar huella más profunda que los recuerdos de un banquete, de un baile, de los brindis y arranques de entusiasmo popular.
La iniciación de una Biblioteca Pública me ha parecido el resultado más lógico e inmediato que podía traeros la inauguración de un ferrocarril que ha puesto a este pueblo a distancia de cinco horas de la capital de la provincia; el resultado lógico del telégrafo que ha suprimido las distancias y os ha puesto al habla con Buenos Aires.
¿De qué servirían los ferrocarriles si no tuviesen por misión además del desarrollo del comercio, de la industria, el contacto de las ideas, el intercambio de las conquistas del pensamiento? ¿Y cómo pueden los hombres que no leen seguir el rápido curso del movimiento intelectual del siglo?
¿Para qué quieren los que no saben leer o no leen jamás libros y diarios, ferrocarriles ni telégrafos?
Por eso, a la vez que debéis crear escuelas, necesitáis bibliotecas como complemento de las primeras.
No basta aprender a leer, es también necesario cultivar el gusto por la lectura para que ese pasatiempo venga a ayudarnos en la obra de nuestra educación propia.
El hombre recibe de la escuela los primeros rudimentos que contribuyen más tarde a su engrandecimiento o que estacionarios se esterilizan por la inacción del espíritu y son como la simiente de que nos habla Jesús en una de sus parábolas. Como el Evangelio no es popular todavía entre nosotros, me tomaré la libertad de repetirla aquí, porque el ejemplo de ésta como todas las palabras del Salvador, eran dirigidas a los sencillos habitantes de los campos. Él decía:
"La palabra del Hijo del Hombre es como la semilla que siembra el labrador. Unas veces cae sobre la tierra pegada a la roca que aunque brote no tiene consistencia en la raíz; otra cae sobre la roca viva, vienen las aves del cielo y se la llevan en sus picos; otras caen sobre tierra fértil y produce ciento por uno".
Hay niños que sin oportunidad de cultivar lo que aprendieron en la escuela lo olvidan antes de llegar a ser hombres: esa es la semilla que cayó en la roca. Otros conservan lo que aprendieron apenas para su uso particular, esa es la semilla que cayó en tierra pegada a la roca. Otros conservan lo que aprendieron apenas para su uso particular, esa es la semilla que cayó en tierra pegada a la roca. Otros en fin, como Franklin, pobre niño hijo de un velero, aprendiz tipógrafo, filántropo toda su vida, millonario al morir, bienhechor eterno de la humanidad, por el descubrimiento del pararrayos, por el del telégrafo eléctrico que preparó y Morse perfeccionó; por la iniciación de las bibliotecas públicas; como Lincoln, leñador de las florestas del Oeste, correo de un pueblo, almacenero, abogado, capitán de milicias, redentor, en fin, de la esclavitud de una raza que su triste color condenaba a la degradación, la preocupación y la injusticia; como Sarmiento, en fin, el Horacio Mann de la República Argentina, hijo de una familia honesta y pobre mozo, de tienda primero, maestro de escuela después, ministro, gobernador de provincia y honor de nuestra patria; tales hombres representan la tierra fértil que da ciento por uno. Todos ellos han tenido por punto de partida el rancho y la cartilla de la escuela, el resto ha sido la obra del libro, de la meditación y de la perseverancia. El hombre que no contrae temprano el hábito de leer, se disipa en la necesidad de alimentar aquella actividad incesante del espíritu humano, busca pasatiempos frívolos, estériles, cuando no peligrosos a su moral, a su salud. Las facultades mentales se extravían y la vida es una oscilación o una vegetación según las organizaciones; pero se desvía de su destino y deja de ser un progreso.
Voy a explicar mi pensamiento:
¿Qué hemos venido a hacer al mundo?
¿Qué objeto tiene la vida, que por tan limitado espacio de tiempo nos concede el Altísimo?
¿Hemos reflexionado alguna vez sobre esto?
El primer hombre que encaró la vida desde este punto de vista, fue Horacio Mann, otro humilde niño, hijo de un labrador y labrador él mismo, educado en los campos, por el libro leído en los momentos de solaz. Sí, ese hombre, Horacio Mann, fue el primero que una vez se fijó en esta gran cuestión: "el carácter progresivo de la raza humana".
Este carácter progresivo es ingénito e inherente a la humanidad, es el don de la divinidad y el impulso dado a la vida individual, que trae por la aglomeración de hombres educados, el progreso colectivo de la raza en particular y de la especie en general.
Un niño que nace en la ignorancia y en ella crece, cuando llega a ser hombre, ¿cómo habrá contribuido al progreso de esa especie ni de su raza?
Planta agreste, su fruto será amargo. La vida impone deberes y tiene un fin: Dios la concede como un beneficio, no, como una tortura, como un bien inapreciable, no como un castigo. No para sufrir y curvarse, sino para trabajar y avanzar por el camino de la perfección desconocida que se llama inmortalidad.
El libro, pues, considerado como el locomotor de los conocimientos útiles de los sentimientos castos, de los fallos severos de la historia, es un gran poder moralizador en la vida moderna, en que los pueblos se agitan movidos por las corrientes eléctricas, de la libertad del pensamiento, de la conciencia y del trabajo.
Considerando el libro desde otro aspecto, cuando las miserias de nuestras pasiones, traen al corazón el desencanto de los amores que creíamos eternos, de las amistades que supusimos invariables, cuando la muerte en su cosecha incesante nos roba los caros objetos de nuestras afecciones; ¿Qué amigo más fiel, qué consolador más asiduo que el libro con quien nos hallamos frente a frente en la hora del consuelo o la decepción?
Es tiempo, también, de dar una base sólida a la administración local, propendiendo al desarrollo intelectual y moral de nuestros pueblos; no nos hagamos ilusiones por más tiempo: la libertad no tiene otra base que la educación universal; la República sin inteligencia cultivada y sin virtudes públicas, es imposible.
Es tiempo de reflexionar y de obrar. Dios se cansa de soportar los desaciertos de los hombres y de los pueblos, por eso se dice vulgarmente: "Dios consiente y no para siempre". Todos los días, a cada momento, se nos vienen a los labios los Estados Unidos; Chivilcoy es conocido por el vulgar apodo de "el pueblo yankee". Mostremos entonces que merecemos el honor de representar el carácter iniciador y perseverante de los yankees, y más que todo, su respeto y gratitud para con sus bienhechores.
Voy a narrar un episodio de nuestra historia comparado con la historia de los yankees, en corroboración de mi pensamiento:
En 1820, dos oradores famosos, dos estadistas colosales, trabajaban por cimentar la república en América y con las chispas de sus genios iluminaban con antecedencia el camino que debían recorrer ambas Américas en la vía del progreso, de las instituciones y de la civilización humana.
Esos dos colosos del Nuevo Mundo estaban colocados, uno en las riberas del océano Atlántico y se llamaba Webster. El otro en las márgenes del Río de la Plata y se llamó Bernardino Rivadavia.
Webster decía a sus contemporáneos: "Las bases de la república son tres: educación universal, prácticas religiosas y distribución equitativa de la propiedad territorial".
Aquí Rivadavia creaba escuelas para las mujeres, y dijo: "La escuela es el secreto de la prosperidad de los pueblos jóvenes". A la vez que en los Estados Unidos se ensayaba el sistema de Lancaster, y allá como aquí el año 25 oyó el "sursum corda" que emprendían los estadistas norteamericanos y el estadista argentino.
¿Por qué fenómeno desconocido no estamos hoy nosotros a la altura de aquel pueblo; si la misericordia divina nos deparó un guía tan sabio como el que tuvo Norte América?
¿Por qué habiendo tenido un general Belgrano, corazón honrado y virtuoso al par de Washington; por qué habiendo tenido un Rivadavia, genio colosal como Webster, nos encontramos hoy rezagados a la retaguardia de los Estados Unidos en vez de encontrarnos a la par?
¿Por qué, sí, por qué? Voy a decirlo:
Los americanos creyeron en la palabra de Webster y amaron a Washington y aún hoy día se venera su memoria y se cumplen sus preceptos. Nosotros no reparamos en estas humildes palabras de Belgrano: "La virtud se recompensa a sí misma"; lo crucificamos; nos sublevamos contra las doctrinas de Rivadavia, le volvimos la espalda, lo arrojamos de la patria.
¿Y cuáles han sido los resultados de conducta tan opuesta?
Allá el progreso y la felicidad nacional, la libertad afianzada, la república en el apogeo de su esplendor.
Aquí, la guerra civil, la tiranía de veinte años azotándonos, y hoy la rápida degradación de nuestra raza, a punto de correr el riesgo de desaparecer el gobierno republicano, porque los resortes del sistema representativo no juegan, no hay electores y los tribunos elegidos están para convertirse en asalariados, en mercachifles, porque los deberes de la ciudadanía son pesados y los derechos, despreciados por inútiles.
Paremos al borde del abismo, hay una tabla, esa tabla, esa ancla, esa rama providencial, es la educación universal.
No la escuela gratuita, no la escuela comunal. La escuela común: la educación de todos costeada por todos.
La caridad cristiana en acción, la enseñanza mutua por la palabra hablada y por la palabra escrita: el cumplimiento del precepto religioso y de la libertad civil: ambos mutuamente, enseñaos mutuamente toda noción benéfica y pura.
Voy a la ciudad a pedir libros para la Biblioteca de Chivilcoy y a los vecinos de este pueblo les confío, no mi pensamiento, sino su propio interés.
La mujer es un mito en la humanidad: Dios ha puesto en su corazón el ideal del amor que no existe sobre la tierra; madre, esposa, hermana, ha nacido para mártir; su abnegación jamás llega a ser comprendida; madre, sus hijos le traspasarán mil veces el corazón sin sospecharlo; novia, ella ofrece la esencia divina de su alma al hombre; esposa, ¡cuántas decepciones la esperan! ¡Qué hombre la elevará tanto en su respeto y será sincero y sin límites en su amor!
La mujer, pues, no tiene un amigo más leal que el libro; él será el compañero y el consolador de sus males; él calmará su pesar de un modo más radical que los banales consuelos que no llegan hasta su corazón dolorido. La mujer que lee y ama la lectura luchará mejor contra el infortunio, contra esos dolores agudos que saben quebrantar las fibras de los corazones más firmes.
Señoras de Chivilcoy: a vosotras confío el empuje de nuestra biblioteca pública que va a formarse con el primer plantel: un libro de Sarmiento y los silenciosos amigos de mis horas de angustia; los compañeros de mis soledades; voy a desprenderme de ellos, para hacer acto de abnegación de todos los bienes de la tierra.
Todavía considerada por el lado material, la idea de la biblioteca es oportuna, hoy más que nunca para Chivilcoy. Si planteamos aquí el sistema de escuelas comunes, de modo que todos los niños reciban el beneficio de la educación y puedan darle aplicación útil e inmediata por el libro. Chivilcoy alcanzará en breves años el destino que le señala su posición en nuestra campaña y la riqueza de sus campos. Es preciso no contentarse con enviar sus trigos al mercado, ni sus lanas a Europa; Chivilcoy ganará más estableciendo molinos para sus granos y centros fabriles de tejido para su lana. Entonces, ensanchando su comercio, por la industria, en vez de simple abastecedor de materia prima, Chivilcoy será industrial también; pero ese cambio de su modo de ser actual, sólo tendrá lugar por intermedio de la escuela común y de las bibliotecas públicas.
El hombre iletrado, que nada sabe, nada puede producir tampoco; es menester enseñarlo antes, educar sus facultades intelectuales, educar sus sentimientos para que después, él a su vez también, eduque la tierra que produce mejor, eduque sus animales para sacar de ellos mejor partido; del caballo, el manejo del arado; de la vaca, la lechería modelo.
Pero lo repito: sin previa educación, no hay más que barbarie, progreso negativo y los propios ferrocarriles y telégrafos se esterilizan por la falta de una buena dirección dada al espíritu humano.
Hace ocho años, en la introducción de "Los Anales", decía Sarmiento: "Dentro de diez años el humo de la locomotora avanzará en los campos desiertos del Oeste, sin que los habitantes estén dispuestos con antecedencia al manejo de los delicados resortes de la civilización".
He aquí la profecía realizada: ahí tenéis a vuestras puertas el beneficio que la vialidad moderna ofrece al ensanche de la riqueza; ¿estáis preparados para recibirlo?
Sé que vuestros campos están bien cultivados, que poseéis ganadería numerosa, máquinas también, de las que libertando el brazo del hombre del trabajo manual, centuplican las fuerzas productoras del pensamiento; pero no hay otro elemento creador indispensable. Usando de las palabras de Washbur, un inteligente gobernador de alguno de los Estados del Oeste, os preguntaré: ¿Qué cantidad de cerebros cultivados posee Chivilcoy? ¿Cuántos hombres saben leer en este partido? ¿Cuántos se educan? ¿Cuántos quedan por educarse? El progreso que anhelamos no tiene otra solución que la cantidad de cerebro cultivado, en posesión de cada país. La libertad, este bello ideal de las almas generosas, esa aspiración ingénita de la humanidad, ¿cómo se alcanza?
Todos están de acuerdo en reconocer sus beneficios, todos aspiran a su posesión hasta con el ardor que consume.
Sin embargo, el camino del entusiasmo no es el que conduce a la libertad. Como todos los grandes afectos, la libertad reconoce una causa humilde: pero en la América del Sud, suspirando por el resultado, no se quieren reconocer los medios prácticos de alcanzarlo.
No podemos creer ni el testimonio de nuestros ojos. Decimos, si los Estados Unidos prosperan: es la raza; si son libres, es la índole del carácter sajón; si la república es allí una realidad, es porque sus comienzos fueron diversos que los nuestros, allá se colonizaba el pueblo espontáneamente. A nosotros nos colonizaba la monarquía en su provecho.
Sin negar todas las desventajas de nuestro origen, tengo la certeza que la obra de los padres peregrinos que fundaron la gran república americana, se habría desvirtuado, si los ciudadanos hubiesen descuidado la obra de la educación universal. Anoche, un aventajado niño, preludiando al orador de genio y cuyo destino auguramos espléndido, si él sabe encaminar su espíritu y su estudio al conocimiento de las verdades prácticas de la economía social, ese aventajado niño, decía anoche, que la democracia es la reivindicación de la personalidad del hombre individual y por consecuencia del hombre del pueblo. Sí, esto es la democracia en la acepción filosófica del concepto.
Busquemos ahora el medio de establecer la individualidad humana en la esfera del pensamiento y de la acción; como fuerza cooperadora del progreso y de la perfectibilidad humana. Es claro que si se conserva el individuo en el estado de ignorancia, su individualidad será negativa y la degeneración de la democracia engendrará la demagogia.
La libertad, por otra parte, señores, no es ni el estridor de las armas, ni el himno de la victoria, ni el rapto del espíritu impulsado por el entusiasmo.
¿Qué es la libertad? En la esfera individual, es la tranquila y fuerte posesión de sí mismo; las acciones sujetas al fallo de la razón, las pasiones enfrenadas al poder de la conciencia; toda vez que desconocemos estas leyes, maculamos nuestra libertad, don del Creador de todas las cosas.
La libertad en el pueblo es la soberanía.
La soberanía es el ejercicio de los derechos, adquiridos por el cumplimiento de los deberes sociales y morales del ciudadano. La libertad individual como la soberanía universal, requieren, pues, una habilitación previa, sin cuyo concurso, ni el hombre será libre jamás, ni el pueblo será nunca el soberano capaz de discutir sus propios intereses, defenderlos y pesarlos en la balanza del buen criterio.
La prosperidad y la fuerza de los Estados Unidos viene de haber considerado temprano la educación, como un resorte político de buena administración, como el primer deber del magistrado y la responsabilidad universal de los ciudadanos. Por eso el distrito prepara ciudadanos al municipio; el municipio al estado; el estado a la nación y todas estas responsabilidades tienen hoy una causa común de que carecían ahora treinta años no más.
El hogar, la madre, la mujer ilustrada y preparada para un destino superior que los quehaceres domésticos, no estorban ni encadenan, sino que poetizan y subliman.
La libertad, en la práctica, es el pueblo educado por sí mismo después que la iniciativa de la autoridad le abrió el camino por la prédica incesante y por sabias leyes que le facilitaron con rentas apropiadas la realización de tan inmenso sacrificio.
Un pueblo que ignora su pobreza intelectual, no puede ser iniciador de su progreso, por la sencilla razón que ignora su desnudez, como no la sospecha el habitante del desierto.
El hombre no tiene la conciencia de su propia degradación o de su ignorancia sin que un espejo de refracción no le presente la deformidad de su estado moral e intelectual.
Contento con la satisfacción de sus necesidades apremiantes necesita para caminar a la perfección, guías iluminadores que lo convenzan de su atraso, de su pobreza y esa es la misión del gobernante. El gran fin de la política, el ideal de la administración es la educación universal, como base de la soberanía universal. Ella no tiene otro motor, otro agente más que la escuela común es decir, escuelas por todos y para todos, lo que difiere de la escuela comunal, que quiere decir escuela costeada por la comuna o municipalidad. En el dogma de la educación común el legislador crea por ley fondos especiales destinados a responder a los gastos de la educación del pueblo, como propietario de la tierra que ocupa y soberano destinado a gobernarse a sí mismo.
La ley establece, además, la responsabilidad de todos los ciudadanos por su propia educación y la de sus hijos conciudadanos. Como se ve, esta no es, precisamente, la enseñanza compulsatoria, sino el reconocimiento de un deber impuesto por la vida y cuya práctica envuelve estas dos ideas eslabonándolas: el hombre libre y responsable.
Esa responsabilidad trae el impuesto voluntario, la cotización entre sí para educarse juntos, por la escuela primero; por el libro, después. Cuando en cada uno de los Estados de la Unión se afirmó la escuela común, el segundo paso de la legislatura fue ordenar la creación de una biblioteca en cada distrito.
Después la difusión de la lectura ha sido tal que se han dotado de bibliotecas las escuelas, los hospitales, las cárceles; yo misma, visitando la penitenciaria de Pensilvania, he estado en su biblioteca.
La universalidad de lectores y de personas que saben escribir, ha producido ese consumo asombroso de libros, de papel, de tipos y ese ensanche fabuloso de rentas de correo. Réstame ahora hablaros de la realización de la biblioteca pública, que yo denominé ante de ayer: "Biblioteca Sarmiento"; fue un deseo aislado que no viene con el carácter de imposición; el pueblo de Chivilcoy y su vecindario resolverán como mejor encuentren.
Entremos al terreno de la realidad.
Todas las bibliotecas conocidas se han formado por donaciones especiales, o por asociaciones.
Lo que yo propongo, tiene por primer plantel un libro que Sarmiento me encarga ofrecer a Chivilcoy como óbolo de la inauguración de su vía férrea, y los volúmenes de mi uso que he donado.
El señor Ministro de Gobierno, el inteligente y simpático doctor Avellaneda, aceptó la idea y ofreció libros. Chivilcoy, por las simpatías que tiene en Buenos Aires, recibirá, pues, otras muchas donaciones y su vecindario, como primer interesado, contribuirá, lo espero, con mayor calor.
Yo propongo a mis amigos de Chivilcoy, que se forme primero una comisión que tome desde ya el distintivo de sucursal de la Sociedad Franklin.
Es la sociedad que ha formado la Biblioteca Popular de San Juan y que aspira a fundar una del mismo género en cada pueblo de la República Argentina. En Gualeguay, provincia de Entre Ríos, ya se aglomeran elementos para una. Decimos, pues, que se nombre una comisión de vecinos de Chivilcoy, que invite a toda aquella parte de la población apta para ingresar en la Sociedad Franklin. El dinero reunido esta noche puede servir a los primeros gastos.
Yo facilitaré los estatutos de la Sociedad Franklin, a la que una vez organizada, la asociación de la biblioteca aquí puede dirigirse para ponerse en contacto.
La sociedad estipulará una cuota mensual discrecional, establecerá reuniones frecuentes y tomará una fuerte iniciativa en reunir elementos, es decir libros y dinero.
Los filtros deberán franquearse no sólo a los socios efectivos, sino a suscriptores mensuales y a suscriptores eventuales presumiéndose con las garantías necesarias para evitar el extravío o destrozo de los libros. La Municipalidad puede, también, aportar un fondo permanente o un dinero mensual para la biblioteca.
Estos son los medios que se me ocurren por lo pronto, y temiendo fatigar la atención, voy a terminar revelando al vecindario de este pueblo, una conversación habida delante de mí.
Un señor diputado de la provincia, ofrece presentar ante las Cámaras, el proyecto para que Chivilcoy sea elevado al rango de ciudad, mediante los siguientes adelantos materiales:
Dar nombres a sus calles y plantarlas de árboles; mensurar sus casas; delinear un cementerio público; que el vecindario construya su iglesia, que la Municipalidad lleve a cabo el pensamiento de crear el sistema de escuelas comunes.
Réstame agradecer en nombre de la civilización y del progreso de esta localidad, la cooperación de las personas que han querido hacerme un honor en contribuir a "la lectura" de esta noche, primer óbolo del pueblo a su biblioteca. En primer lugar, el Sr. Inspector de Escuelas, que acaso disiente conmigo en este momento, y como hombre de espíritu merced a su buena índole, ha comprendido que los individuos no somos más que los servidores de las ideas y que éstas nos imponen sacrificios de toda clase, entre los cuales las afecciones y los resentimientos personales están en primera línea.
Agradezco al señor Juan Madero y a su talentosa niña, haber retardado su regreso a la ciudad para prestar hoy el contingente de su buena voluntad e inteligencia.
Doy mil gracias a la comisión de damas que han querido ser tesoreras del primer dinero con que fundamos su futura biblioteca; asimismo agradezco a las que han amenizado los intermedios con las suaves armonías del piano.
Ahora, mis amigos de Chivilcoy, réstame deciros que me separo de vosotros con el corazón penetrado de un sentimiento indeleble de profunda gratitud, no sólo por las demostraciones de simpatía de que he sido objeto, sino porque "Los Anales" cuentan entre vosotros más patrocinadores que en la populosa ciudad de mi nacimiento.
Buenos Aires me da 38 suscriptores; Chivilcoy 40, hecho significativo que abonará en el porvenir por el buen criterio de este pueblo, sobre el que pido la bendición de Dios para las mieses de sus campos, la unión de sus vecinos y el acierto de su administración local.
Juana Manso