“Podéis matarme tan pronto como queráis, pero
por María De Giorgio
La II Conferencia de Mujeres
Socialistas, celebrada en Copenhague en 1910, estableció el día 8 de marzo como
el Día Internacional de la Mujer, en homenaje a las mujeres caídas en la huelga
de 1908. El objetivo no era elegir una fecha para celebrar la gracia, belleza
o las cualidades femeninas, sino movilizar a las mujeres de todo el mundo
contra la opresión y desigualdad que padecían. Dos heroicas mujeres, de
distinta cultura, que ya en el siglo XIX, consagraron sus vidas a la emancipación
de la mujer encarnan el sentido de la efeméride.
Táhiri, significa La Pura, su verdadero nombre era Fátimih Baraghání. Nació en Qazvin, ciudad del norte de Irán, en 1817-1819, pertenecía a una prominente familia de teólogos islámicos. Su padre, sorprendido por el talento e inteligencia de su hija la educó con esmero, la instruyó él mismo en teología coránica y dispuso un maestro particular para que le enseñase literatura clásica y el arte de escribir. Pronto se destacó como poeta. Admirada por su erudición y elocuencia, su extremada belleza y pureza de carácter deslumbraba a todos. Se le permitió enseñar a las mujeres - mayormente analfabetas y sometidas- y participar en las discusiones teológicas, siempre oculta detrás de una cortina. Su padre hubiera deseado que no fuera mujer.
A los 13 años, la casaron con su primo. Del matrimonio nacieron tres hijos pero no fue feliz. Táhirih se sintió atraída por un movimiento religioso que anunciaba la venida de un Prometido. Su creciente clarividencia espiritual la llevó a estudiar y mantener correspondencia con el maestro Siyyid Kazim, místico y teólogo que vive en Karbilá. Éste, cautivado por su piedad y fervor, la llamó Qurrát’ul-Ayn: «Solaz de mis ojos». Su ortodoxa familia se opuso violentamente a esta relación, muchas tradiciones coránicas eran cuestionadas y lo consideraban un anatema.
Táhiri, lejos de amilanarse
desea viajar para conocer a su maestro y logra obtener permiso para ir en
peregrinación a Karbilá y Najaf, en Irak. Se separa de su esposo, quien luego
se convierte en acérrimo enemigo.
Cuando arriba a Karbilá, en
1843, su guía había muerto. No renuncia a su búsqueda espiritual, la
profundiza, se aloja en la casa de Siyyid Kazim, estudia sus escritos y se relaciona
con eminentes teólogos.
A través de un sueño reconoce la
misión de Siyyid `Alí-Muhammad, un comerciante iraní de Shiraz, quien tomó
el nombre de Bab, la Puerta, precursor de un movimiento espiritual que
anuncia la renovación del Islam a través de la venida de una nueva
Manifestación Divina que unirá a todos los pueblos en una fe común. Sin
conocerla, el Bab la acepta entre los primeros dieciocho discípulos, llamados
"Letras del Viviente".
A partir de ese momento se consagra a
proclamar las enseñanzas del Bienamado Maestro. Mediante elocuentes alegatos,
denuncias, disertaciones, poemas y traducciones, comentarios y correspondencia,
concita la lealtad de árabes y persas hacia la nueva Revelación. En una
Conferencia en Badasht, irrumpe engalanada, pero sin velo, ante la concurrencia
de sus compañeros, anunciando la inauguración de una nueva Dispensación que abrogaba
las leyes del pasado. El acto fue tan impactante para la audiencia que un
hombre se puso de pie y se cortó la garganta al ver su rostro descubierto. Es
en dicha conferencia donde recibe el título de Táhirih, que significa la Pura.
Los bábís sufrieron terribles persecuciones en manos del clero musulmán y el gobierno de Persia. Táhirih, fue apedreada en las calles, anatematizada, desterrada de un pueblo a otro, rechazada y amenazada de muerte. Hasta su propio esposo trató de envenenarla. Su Majestad Imperial, Muhammad Sháh, intentó persuadirla para que se retractase de su fe y hacerla su protegida, ella le respondió con las palabras del Qu´rán: “Yo no adoro a quien tú adoras y tú no adoras a quien yo adoro… Por tanto, permite que adore yo a quien yo quiera y adora tú a quien tú quieras”.
Finalmente llegó a termino su trágica vida. Fue conducida a un jardín y allí estrangulada. Antes de partir, se bañó cuidadosamente con agua de rosas, vistió su mejor ropa blanca, como si fuese a una fiesta nupcial. Un blanco pañuelo de seda, que ella había reservado para la ocasión, fue el instrumento de muerte. Su cuerpo fue enterrado en un pozo, que fue colmado de tierra y piedras, tal como ella misma había deseado. Tenía 35 años. Antes de morir dijo: “Podéis matarme tan pronto como queráis, pero no podréis detener la emancipación de la mujer”.
Dijo el orientalista Edward G. Browne, de la Universidad de Cambridge, “La aparición de una mujer como Táhiri en cualquier país y en cualquier época, es un fenómeno desusado, pero en un país como Irán, es un prodigio…aún más, casi un milagro. Tanto por su maravillosa belleza, sus excepcionales dotes intelectuales, su ferviente elocuencia, su intrépida devoción y su glorioso martirio, ella se destaca incomparable e inmortal entre sus conciudadanas. Si la religión del Báb no tuviese otro título de grandeza, habría bastado éste, que produjo una heroína como Qurratu´l-Ayn (Táhiri)”.
Miremos ahora hacia occidente, la
lejana Sudamérica. Si bien la vida de Juana Manso no tuvo la dimensión trágica
y significación espiritual de Tahiri, nos parece interesante recordarlas juntas
en este 8 de marzo.
Juana Manso, nació en Buenos Aires, en 1819, también su padre, un ingeniero andaluz que abrazó los ideales de la Revolución de Mayo, la educó con esmero. Pocas mujeres recibían educación en la época y era ésta muy elemental. Juana amaba la lectura, aprendía idiomas por su propia cuenta, escribía poemas y estudiaba música. A los trece años traduce del francés dos novelas que su padre publica en Buenos Aires y Montevideo.
Por su afinidad a las ideas unitarias,
durante el gobierno de Rosas, su familia debe exiliarse a Montevideo y le son confiscados
todos sus bienes.
En Montevideo, Juana abre una
escuela para niñas en su propia casa y pone en práctica nuevas formas de
enseñar. Comparte los ideales de Mayo y participa de las polémicas estéticas de
los exiliados. Escribe y publica poemas.
La familia debe exiliarse a Río de
Janeiro. También allí abre una escuela y da clases particulares de
idiomas. Nuevamente regresan a Montevideo y la nombran Directora de una Escuela
para niñas, se relaciona con los emigrados italianos que luchan por la liberación
y unificación de Italia y les dedica un extenso poema.
Nuevamente se trasladan a Río de Janeiro.
Conoce y se casa a los tres meses con un violinista y compositor portugués, Francisco
de Sá Noronha. Realizan giras por Brasil y luego viajan a Estados Unidos y
Cuba. Tienen dos hijas. Juana escribe artículos,
novelas, poemas, piezas dramáticas y letras para las partituras de su esposo.
Crea el periódico semanal para mujeres: el Jornal das Senhoras, escribe artículos
sobre la educación y la emancipación de la mujer. Su esposo la abandona,
teniendo que hacerse cargo de mantener sola a su familia.
En 1853, cae Juana Manuel de Rosas y decide regresar a Buenos Aires. Escribe artículos y edita un
periódico semanal para mujeres: El Álbum de Señoritas, publica artículos
sobre la emancipación de la mujer, la educación popular, la libertad
religiosa, la protección del indio y la eliminación del racismo. También
incluye como folletín, su novela antiesclavista La Familia del Comendador.
La polémica que generan sus artículos y la escasa acogida que reciben la obligan
a retornar a Brasil.
Allí se incorpora a la vida
teatral de Río como actriz: representa diversos y numerosos roles en distintas
compañías de teatro, escribe y dirige sus obras teatrales. Se reconcilia con su
esposo, realizan giras. No logran mejorar su situación económica, escribe Las
Consolaciones para aliviar su dolor. Los conflictos se suman, la relación se
deteriora y finalmente se separan.
En 1859, con ayuda económica
logra regresar definitivamente a Bs.As. Conoce a Sarmiento y se convierte en su
discípula y colaboradora, la nombra Directora de la Primera Escuela Mixta.
Entre 1867 y 1868, participa activamente en la vida política nacional, colaborando
de la campaña electoral que hizo alcanzar a Sarmiento, entonces en Estados
Unidos, la presidencia de la República. Es la primera mujer en tener un
cargo público, la primera en realizar conferencias públicas, es autora del
primer manual de historia nacional para uso en las escuelas argentinas. Dirige
desde 1865 hasta su muerte, la Revista Anales de la Educación Común, donde
traduce y publica importantes obras de educación, desarrolla sus ideas de
renovación pedagógica, educación popular, gratuita, metódica, mixta, científica
y abierta a todas las clases sociales.
Juana Manso, tuvo que luchar incansablemente para llevar a cabo su labor. Librepensadora y autodidacta, generaba disputas, polémicas y rechazo. No era sumisa, no bajaba la voz, no callaba, ¿era una mujer?... una mujer pensante, su mejor adorno. La ridiculizaban, la combatían, apedreaban sus conferencias, le tiraban asafétidas.
Enferma de hidropesía, muere en la pobreza a los 55 años. Se le había advertido que si no aceptaba recibir los últimos sacramentos de manos de un sacerdote católico no sería recibida en ninguno de los dos cementerios, ella se había convertido al protestantismo, no declinó de su fe. Después de dos días la enterraron en el cementerio británico. El pastor W D Junor propuso el siguiente epitafio: “Aquí yace una argentina que en medio de la noche de indeferentismo que envolvía a su patria, prefirió ser enterrada entre extranjeros, antes que dejar profanar el santuario de su conciencia por los impostores de sotana”.
Nacidas en la misma época, ambas mujeres recibieron educación esmerada por parte paterna, se destacaron tempranamente por su inteligencia, sensibilidad y perseverancia en el estudio. Asiduas lectoras, escribían poemas y se preocuparon tempranamente por la igualdad, la educación y el rol de la mujer.
Esposas y madres no se rindieron por defender su libertad de pensamiento y acción. Vivieron por una causa, perdieron comodidades, reconocimiento y padecieron lo necesario por cumplir su misión. Intrépidas, de ideas revolucionarias para la época, se regocijaban en romper el statu quo. Creían en una sociedad en continuo progreso, donde las barreras y prejuicios raciales, religiosos y sociales iban a ser derribados por la educación universal: material y espiritual.
Creían en leyes eternas y un Plan Divino, compartían un profundo anhelo religioso y la necesidad de la renovación y purificación del mensaje espiritual. Para Tahiri, a través de un Joven persa del linaje del profeta Muhammad que estaba destinado a convertirse en el Qa’im, el prometido del Islam. Para Juana Manso, el mensaje de Cristo sin dogmas o hipocresías de instituciones religiosas.
Dos mujeres del siglo XIX, dos
intelectuales inquietas y audaces, que dejaron un valioso legado, que lucharon por despertar a la mujer de su
largo letargo de sumisión e ignorancia, con una entrega y amor por la verdad y
la justicia incomparable: Táhiri la mística poeta; Juana Manso, la educadora,
enlazan en un mismo ideal oriente y occidente.
Poema de Juana Manso
Melodía bíblica
Y no apartes tu rostro de tu siervo por que
estoy atribulado. Oyeme
prontamente.
David Salmo LXVIII
Vengo de hablar a Dios en ese idioma,
Que espontáneo revela el
sufrimiento
Cuando el llanto á los ojos nos
asoma
Es porque hay en el alma algún
tormento.
He pedido al Señor en mi oración
Un poco de paciencia solamente
Valor para sufrir resignación
Paz á mi corazón – Calma a mi
mente
Nada más le pedí, que a nada más
aspiro
Nada busco mi Dios sino tu
gracia
Pues me das hasta el aire que
respiro.
Tórnase superior á mi desgracia
Y ya que en esta vida
transitoria
Hay solo deslealtad é ingratitud
Y es sueño la amistad, vapor la
gloria
Estéril la bondad y la virtud
Concédeme Señor el bien que
anhelo
Para vivir serena, indiferente
Y fijando mis ojos en el cielo
Pasar invulnerable entre la
gente
Poema de Táhiri
Si sólo una vez
Y si sólo una vez mis ojos
Contemplasen, al amanecer o al
ocaso,
Tu rostro todo acongojado
Y acosado por el temor,
Mis lágrimas con gusto
mostrarían
Un amor que ni hombres ni
ángeles conocen.
Y de la soledad de mi corazón,
Cuando a Ti y a mí la eternidad
nos separe,
Mi llanto como sangre correría.
O como oscuro torrente que se
hunde en mi alma,
O cristalino manantial que
borbotea
De una cueva en la montaña,
O río que se precipita a su
meta,
El silencioso océano, a cuyas
olas todo río corre,
Las aguas de mi vida fluirían.
Y yo, ansiando contemplar Tu
faz,
Sobre las brisas muníficas
vendría,
Hálito de espíritu que me lleva
presto
A buscarte en cada hogar,
En cada puerta, en cada cuarto,
En calle estrecha y en mercado.
Ansío degustar con lengua
almibarada,
El almizcle y ámbar de Tu boca
perfumada,
Besar la fragancia de Tus labios
aromados
Que, como capullo de rosas que
se abre,
Mirra e incienso distribuyen,
Para sepultar invierno y verano
despertar,
Trayendo cálidos céfiros del
suave sur.
Tus ojos como halcones reales
cayeron,
Sobre el gorrión de mi trémulo
corazón,
Y el infierno y el paraíso
desgajados fueron,
Mientras tierra y cielo en mi
alma batallaron.
¿Quién esa repentina, infinita
caída evitaría?
¿Qué alas el arte de volar
recordar podrían?
¿Qué ojo, en ese instante, el
día de la noche,
Distinguir podrían?
¿O relatar pudiera, como la
tierra y el firmamento,
El cielo y el infierno,
Al yo caer, se unían
Como la vida y la muerte, en un
solo hálito,
En las entrañas moran?
Ven. Téjeme suavemente en Tu
telar dorado,
Con suaves, suaves rayos de luz
alborada.
Hilos de oro y plata trae,
Y rayos de luna tejidos con el
manto de la noche,
Para ligar las desgarradas y
rotas hebras
Que mi corazón, otrora, con
dedos sangrantes tejió
Sobre el bastidor del
sufrimiento,
Entre la urdimbre y la trama del
amor.
Aún con dorada y bella verba
Escrita sobre las páginas de mi
corazón,
Loe Tus almibarados labios y
fragante pelo,
No obstante, mi arte todo, jamás
desgarrar podría
Los enceguecedores velos de la
prolación.
Aún cuando con maravilloso canto
entone
Alabanzas de ese amante Amigo,
Éstas páginas verso alguno mío
llevan
Y ver podrás. Si sólo lo miraís,
Nada que no sea huella de
Su evanescente Pluma.
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