Por Juana Manso
La falta de un Teatro Nacional nos es muy sensible, es él la vida de la literatura moderna, y su vacío con nada puede llenarse.

Si nuestros teatros fuesen, lo que son en todas partes del mundo, es decir si hubiese no dos compañías de canto sino una de declamación y otra lírica, sería más difícil la concurrencia de dos de un mismo género, y gozaríamos más, porque en ambas compañías hay artistas de mérito.

Los teatros pequeños no son favorables a la ópera, que con raras excepciones, tienen inmenso y lujoso aparato y que no se pueden reducir a miniatura sin perder su originalidad primitiva.

En teatros pequeños donde el eco no encuentra espacio para derramarse, donde es dificilísimo darle al canto todas las graduaciones del colorido poético de la expresión y de la poesía de la ejecución; también es difícil hacer una crítica juiciosa de los artistas, que a veces aparecen malos todos, o buenos por demás.
La razón es sencilla, se cifra en la proximidad con que los vemos. Con un pequeño esfuerzo la gesticulación nos parece sublime, la más ligera desentonación nos hiere los oídos, en fin, la ópera está fuera de su centro, son cuadros al óleo de proporciones colosales, engastados en un marco pequeño, sólo los vemos mutilados.

Nosotros nos abstenemos de formular un juicio sobre los maestros que han escrito esas obras; sería esa una pretensión ridícula, porque son hombres juzgados ya de antemano en tribunales competentes, donde hay jueces apropósito, donde la escuela, antigua y moderna es familiar, donde se han oído las producciones de los grandes maestros todos, y donde hay más probabilidad de saber juzgar que entre nosotros, donde no tenemos ni el conocimiento que da el estudio, ni el gusto que se desenvuelve por la costumbre de oír los grandes artistas, y de un movimiento artístico no interrumpido.

La resurrección del Teatro Dramático ha sido uno de los acontecimientos notables de esta semana; la cazuela y el patio, tuvieron las honras de la concurrencia, los palcos estaban desiertos…
Lo que podríamos decir sobre esa diminuta y pobre compañía dramática, sin recursos, sin estudios, sin luz en fin que los guíe por la senda del arte, del buen gusto y de la verdad?... Nada! hoy no tiene lugar la crítica, sino la protección y el elogio para alentar y apoyar esos esfuerzos tan loables, de hacer revivir el arte dramático, medio el más breve y seguro de llegar al corazón de las masas, palanca poderosa de civilización y de progreso, que pule el lenguaje y las maneras, y despierta sentimientos nobles, tiernos o heroicos, en ese pueblo de buena fe que escucha con religioso silencio, y que va a buscar en el drama emociones y goces enteramente morales e intelectuales.

Somos partidistas acérrimos del drama, y tendríamos un grande gozo si pudiéremos restaurar el arte dramático en Buenos Aires, y ver instalarse una compañía regular, bien dirigida, bien aconsejada, y muñida de un archivo teatral selecto.
Razón tenía Larra, cuando llamaba a su querida España el país de las Batuccas, donde decía él que el patriotismo inducía a muchos a pensar que el vino español era el mejor, en lo cual podían tener mucha razón, y a juzgar que la educación española era la mejor, en lo cual podrían no tener tanta razón: esta reflexión nos ocurre con respecto al teatro español, con sus comedias en bellísimos versos pero pobrísimas de argumento, sin novedad, sin grandeza, sin drama en fin!

El amor es ya un resorte gastado que no puede dar impulso a esa máquina gigante que se llama el drama, y que como todas las grandes cosas, es sencillo, porque en fin, qué viene a ser el drama? La vida en acción, pero no ficticia, convención arreglada a compás. En el fondo de todo arte, no hay sino la naturaleza que sea sublime... El pintor, el poeta, el músico, es necesario que la imiten o la traduzcan, si se apartan de ella no habrán creado cosa alguna que merezca la pena de llamarse a sí mismo artista. Cuando se conoce el teatro francés moderno, Bourgeois sobre todos, no es posible conformarse con dramas como la Trenza de sus Cabellos, y si fuésemos tan felices que reviviere el teatro dramático, y se conociese el marinero de San Tropez, la vivandera, Magdalena, y otros muchos, la comedia española caería entre nosotros, forzosamente.

...Desde esa época, hasta la presente, nadie ha pensado sino en la guerra y la política! Veremos ahora que el horizonte se presenta más sereno, si se piensa en algo mejor.

...Con todo, diremos que los actores habían estudiado sus papeles, con el manifiesto deseo de agradar, y con todo el cuidado que pone el que juega una primera carta peligrosa, en que tiene por parte contraria nada menos que al señor público ! … y todos los públicos, prudentes, e imprudentes, civilizados e inciviles, locos y con juicio, etc, etc., de que se compone ese gigante de mil cabezas que se llama el respetable público! y va sin contar los borradores de papel que no son menos temibles! que el público.

... Los actores estaban bien caracterizados, sabían sus roles como es necesario y no tenían el majadero y gritón apuntador de nuestros teatros que hace perder la ilusión del drama; la maquinaria era buena y uno de los actores a pesar de la escuela inglesa se caracterizaba de modo que nada dejaba desear, a la verdad, en su imitación; el resto de la tropa era vulgar.
Digo a pesar de la escuela inglesa y debería decir, a pesar de esa escuela forzada que pretende dar reglas al llanto y límites a la inspiración; yo nunca he podido concebir eso que llaman reglas del Arte: el Arte para mí, es la inspiración, fantástica, fogosa, tiránica en toda la grandeza de su intimidad primitiva: indómita en su esencia, audaz en su objeto y libre como nos la diera Dios en la ejecución de su obra. El arte nunca ha podido ser para mí ese montón de reglas que hombres sistemáticos y calculistas meditaron, escribieron y pronunciaron (para) servir de base de freno al pensamiento, al don de Dios! Como si ellos fueran más perfectos que el Creador!

Absurdo que las sociedades respetan, funesto siempre al genio creador, que es imposible domeñar y que a despecho de su inspiración gigante cede el paso a la mediocridad que trabaja sobre las reglas como una máquina sobre sus ejes!
Busquemos el arte y lo encontraremos siempre dentro de la misma naturaleza... mejor dicho, el arte de la imitación de lo creado por el mismo Dios: dejémoslo pues en sus vastos límites perderse en el infinito transportado por ese misterio que se llama inspiración, incomprensible a los que no pueden gustarlo y que en alguna manera diviniza la criatura; pero no se quiera modelar lo que no tiene existencia sino en el ensueño de la mente del Artista, del Poeta!

¿Por qué en lugar de exigir de un actor que saque primero un pie que el otro, que extienda la mano hacia el Norte en tal pasaje, que ruja como un tigre en otro, etc., etc., no lo dejamos "libre" y le pedimos que estudie su rol dentro de los límites de la naturaleza, que se identifique con su héroe, y ya que sin manotear no hay drama, a lo menos que no lo haga por la voluntad de otro, sino por la propia. Que llore, que ría como los demás hombres y destiérrese por Dios lo que se llama "llanto de teatro", maneras teatrales! Porque el drama no es otra cosa que la vida en acción pasada o presente y las maneras usadas en el teatro no debían ser otras que las ordinarias de la existencia del hombre conforme las circunstancias en que se encuentra y no forzarlo ridículamente.
Juana Manso